La
multiplicadora estaba terminada. Sobre la mesa se desplegaban una innumerable
planos de circuitos propios de quien trabaja en algo serio. Manolo tomo la
multiplicadora y la observo, no era más grande que una perilla de luz tenia la
misma forma de esas que se usan en los
veladores. La hizo girar entre los dedos y la guardo en una caja de fósforos
pintada con tempera rosa y que tenia escrito multiplicadora.
Estaba
orgulloso de su trabajo.
La
multiplicadora no era una maquina que nos dijera cuanto era mil cuatrocientos
doce coma cuatro por trescientos quince, no señor eso lo haría cualquier
aparato de morondanga. Tampoco servia para darnos la tangente de ochenta y ocho
grados, que eso carecía de interés para el común de la gente incluyendo a
Manolo.
¿Porque
perder tiempo averiguando valores que son tan esquivos a nuestro entender como
la expansión del universo?
No señores,
Manolo no pierde tiempo en esas nimiedades.
Ya se
imaginaba salir a la calle y la gente diciéndole.
— ¿Manolo
me emprestas la multiplicadora?
—
¿Dónde? Les preguntaría él, que sostenía
que el secreto es donde. “Dime donde y te diré que y como” ese era su lema.
Pero como
prestarles la multiplicadora si ni el se animaba a usarla. Era un artilugio que
no podía ni debía caer en manos de cualquiera, por ejemplo Donato el carnicero,
hombre avaro si los hay, o Doña Lorenza que era capaz de cualquier cosa por
figurar.
No, eso no
era lo que quería Manolo. No, afirmación que junto a Manolo hacemos nosotros.
Manolo
arrepentido de la multiplicadora, debe elegir entre destruirla, aunque recién
la termino de inventar o esconderla y su
torpeza hace que la esconda.
En la parte
de atrás del estante mas alto y alejado que hay en su taller, Manolo, esconde la multiplicadora, que esta
guardada en una caja de fósforos, pintada con tempera rosa y con la palabra multiplicadora escrita.